lunes, 2 de abril de 2012

EL HOMBRE CEBOLLA

  
EL MENDIGO, DE JULES BASTIEN


El hogar es mucho más que el techo que nos cobija. En él encontramos el afecto, la comprensión, la tolerancia... el perdón. De techos hay muchos, pero necesitamos el que acoja nuestra intimidad, nuestros amigos. Cuando nos vamos de casa, nos llevamos en la maleta la experiencia que hemos vivido. Pero si irse es consecuencia de una ruptura fuerte con los que se supone que amas y te aman, la maleta empieza a pesar. A algunos, incluso demasiado "No te asustes nunca, pase lo que pase". Esta frase me la dijo el hombre cebolla una tarde de mucho calor, mientras encadenaba palabras y atizaba el bastón como si fuese una extensión de su brazo. De hecho, mataba los dragones de siempre: el padre, la mujer, el hijo y el alcohol. Dragones inmensos, invencibles. Crueles. ¿Eran crueles realmente? No lo sabemos, pero la lucha contra estos recuerdos-dragones sí que lo es. Siempre están, no lo abandonan nunca. "No los puedo borrar".
   El hombre cebolla nació al pie de una montaña de Barcelona en una barraca barata, húmeda y enferma. Enferma de pobreza, de alcohol y de malos tratos. "En casa éramos nueve: padres, hermanos, tíos y primos". Las únicas princesas de su vida fueron su madre y su hermana. Su padre, no. "Cuando yo nací, él ya estaba enfermo. Era muy trabajador, pero un Pinochet en pequeño, un producto del franquismo. Bebía. Mi madre sufrió mucho".
  El gran dragón era operario en la Olivetti, y su hijo tenía que ser operario en la Olivetti. Entró con 14 años y salió con 15. Al hombre cebolla no le gustó y no aguantó. Quería ser médico en un tiempo en el que no se podían tener estas pretensiones.
   Fuma negro. Los dedos amarillos y los dientes color ceniza. Sucio pero con corbata. Y Dios en el pensamiento "nunca he creído que me haya abandonado, tal vez me ha mostrado el camino y yo he tomado uno equivocado". Si efectivamente los caminos de Dios son inescrutables, el hombre cebolla se ha perdido en la inescrutabilidad, en la imposibilidad de comprender. El amor y el alcohol son las paredes de su laberinto particular. "A los quince años conocí a Marta. Me enamoré como un tonto. Era una muñeca. A los 22 me tocó hacer la mili y, al volver, ella ya flirteaba con otro con quien se acabó casando. Yo tenía 24 años y me marché de casa".
   Cuando el hombre cebolla habla de amor, evoca a Marta, no a su mujer. "Me casé a los 27. Ella era pequeña, pero todo un temperamento. Cuando nos enfadábamos, era la primera que levantaba la fregona. El matrimonio fue muy complicado; yo siempre iba muy apurado de dinero y acabamos perdiéndonos el respeto. Y lo que yo te diga: cuando se llega a este punto... Además, vivíamos con mis padres y mis hermanos; ya te lo puedes imaginar..."
   Daniel y Magdalena, sus hermanos pequeños. El primero huyó hasta las tierras del Ebro para escapar de la falta de dulzura y ha escogido olvidar, pero ella no. No pudo escapar: "la niña se quedó soportando la tiniebla". La primera vez que "la niña" dijo que escogía vivir fue después de la muerte del padre y de la madre. A los cuarenta años se enamoró por primera vez e intentó no mirar hacia atrás. Pero ésta es otra historia.
   El hombre cebolla tuvo un hijo. Sebastián nació en medio de la desesperanza, el alcohol y la precariedad. La madre se lo llevó cuando tan sólo tenía dos años y medio y desde entonces, lo ha visto esporádicamente. Después de tantos años, todavía no hay perdón ni reconciliación.

   Sin mujer, sin hijo, sin trabajo. Tan sólo alcohol. "Llegué a la conclusión de que había venido al mundo a hacer sufrir y no podía soportar esta idea".

Jaque mate. Siete metros de pared hacían posible destronar los dragones de su cabeza, pero el salto no lo mató, tan sólo consiguió "una fractura bilateral y axial con hundimiento de ambos calcáneos que precisó trepanación craneal". Así recita su intento de suicidio el hombre cebolla.

   El alcohol es un dragón que se presentó en la vida del hombre cebolla en forma de mezcla matutina (cazalla y moscatel). "Empecé a los quince años con la mezcla y los carajillos. He bebido de todo menos whisky". Este dragón llevaba gasolina en las venas y no tuvo piedad. Lo incendió todo: la voluntad, los años y la esperanza.

"Me convertí en un borracho de sombra negra. Cuando bebes pierdes la educación, las maneras y la vergüenza. Te inhibes de los problemas, pero lo que consigues es hacerlos más grandes, porque los problemas no desaparecen, siguen allí y no se resuelven con alcohol".
   Su padre se afeitaba. El hombre cebolla se afeitaba. El padre bebía. Él también. Tan absurdo como eso. Era el tiempo del Soberano cosa de hombres, pero no todos los hombres son soberanos de su cuerpo y, mucho menos de sus circunstancias. El alcohol lo atrapó y estuvo encerrado en su cueva casi treinta años. "Treinta años mamando, ¿sabes lo que es eso?" Ni casa, ni familia, ni trabajo. Sólo alcohol. Y llamar a casa y sentir la voz de su madre, "la princesa, mi reina", muerta de miedo por si el gran dragón se despertaba. "Cuídate, hijo. Cuídate, ¿me oyes?" Y la reina colgaba llorando lágrimas sordas. Al hombre cebolla se le rompía el corazón.
   Fue a parar a la calle. Cartones, papeleras, litros de vino, trabajos esporádicos y poca compañía. Pasa el tiempo y lo que parecía insoportable se convierte en rutinario: el frío, no comer en un plato, que te asalten y te roben, no hablar con nadie, cobijarse de la lluvia, el hambre, no ducharse ni cambiarse de ropa, oler mal. Simplemente sobrevivir. El corazón bombea sangre, pero el impulso no te lleva a ningún sitio. Los días se convierten en meses y los meses en años. Aparecen los comedores públicos, las pensiones de mala muerte, las escaleras de las iglesias y los bocadillos para pobres. Durante muchos años éstas van a ser las coordenadas del hombre cebolla y en este mapamundi alguien dijo que era "un caso imposible", y en su caso, como en el de otros muchos, es verdad, porque resulta imposible volver a nacer y recuperar lo que se ha perdido. Son necesarias unas fuerzas perdidas hace demasiado tiempo. 
   A pesar de ser un caso perdido, llegó el momento de una promesa: "No volveré a beber nunca más". Se lo prometió a una pedagoga y nunca se echó atrás. "Lo de dejar la bebida fue para mí algo mental. Ni gotas, ni pastillas, ni jarabes. Simplemente me di cuenta de que el alcohol me hacía daño, pero el sacrificio fue brutal. Ya hace cinco años que no bebo ¿Qué quieres que te diga? Cuando veo un borracho no siento asco, sino pena. Pido a Dios que le dé un poco de luz para que lo vea todo más claro. Siempre estás a tiempo de dejarlo, un hombre bebido es una piltrafa."
   El alcohol es el único dragón con el que ha llegado a un armisticio, no a una victoria. El matiz es importante porque el armisticio es una "suspensión provisional y convencional de las hostilidades mediante un convenio entre los beligerantes, sin que comporte, no obstante, el final de la guerra."
   Actualmente el hombre cebolla espera su entrada en una residencia. Está muy delgado, papel de fumar. Tiene una barba abundante y descuidada. A menudo los zapatos le van grandes y se queja que los calcetines se le caen. Vive en una pensión que da miedo, de aquellas en las que nadie cambia las sábanas, ni abre las ventanas, ni pone un geranio. Y su vida "una mierda gordísima, no volvería a nacer". Sus padres murieron, sus hermanos escogieron vivir lejos y a él tan sólo le queda cantar canciones de Joan Manuel Serrat, "un tío muy sociable, buena gente. Fuimos juntos a la escuela y siempre nos metíamos con él porque iba a todas partes con la guitarra, y ¡fíjate ahora!", dice, mientras entona aquella saeta de Machado que pone los pelos de punta: "... al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar".
   A este hombre hay que intuirlo debajo de la barba, las gafas, la gorra y las capas y capas de ropa que lleva encima. Es una cebolla seca, mascada, sin gusto y, todavía hoy, provoca el llanto.

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